martes, 28 de octubre de 2008

Atisbos Analíticos No 95, Cali, noviembre 2008, Director Humberto Vélez Ramírez, profesor de Programa de Estudios políticos, IEP, Universidad del Valle; presidente de ECOPAIS, Fundación Estado-Comunidad y Paz.
atisbosanaliticos@gmail.com, para acceder a los Atisbos, atisbosanaliticos2000.blogspot.com



“LOS INDÍGENAS COLOMBIANOS: ¿ENTRE LATIFUNDISTAS
Y TERRORISTAS? ”


“Yo se los decía esta tarde a losGenerales y se lo
Comentaba a los Ministros: a mí lo que me preocupa
No es que se haya disparado o no. A mí lo que me preo-
Cupa es que el presidente de la república no le diga la verdad
Al país” (Alocución del presidente de la República,
Alvaro Uribe Vélez”, Bogotá, 22 octubre 2008, en
Web.presidencia.gov.co )

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Imantado, desde un charco real y simbólico de sangre, por la figura, entre mágica y tramposa, de un presidente que en el 2002 le prometió que en diez y ocho meses derrotaría a las farc o, por lo menos, las colocaría en la situación de casi obligatoria capitulación, el 80% de indigentes y de pobres y de pauperizados que habitaban el país, desde entonces como que se olvidaron de sus efectivas condiciones de existencia social. Hicieron tabula rasa de la explotación, de la sobreexplotación, de la opresión y de la alienación. Seis años después, con unas farc contenidas y corridas pero no derrotadas y ello al más inimaginable costo fiscal y cultural, han empezado a romperse los diques por donde durante casi dos mil doscientos días se ha contenido la pobreza social acumulada. Llegó Asonal; le siguieron los corteros; se precipitaron los indígenas; y se asomaron al escenario de luchas democráticas los empleados de la Registraduría y de la Dial hasta llegar a este 23 de octubre con un paro nacional estatal. Si la plusvalía no es nada más que el trabajo no pagado ni reajustado que se convierte en sobreganancias, estos seis años deben haber sido un sexenio feliz y ganancioso para el gran capital. Y todo ello gracias a una forma de gobierno que piensa y practica que los empresarios no tienen otra función social que la de generar empleos baratos y poco dignos y eso cuando las ganancias programadas y esperadas lo permiten.

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Como la minga indígena que, a buena hora, se decidió a lanzarse hacia el país en procura de recoger para el movimiento social en su conjunto una dirección popular colectiva democrática cada día más robusta, se encuentra ya tocando a las puertas de la ciudad de Cali, oportuna se destaca la posición del alcalde Jorge Iván Ospina: “Esta administración ha dado permiso para que la movilización se desarrolle del sur hacia el centro de la ciudad. Me preocupa la asistencia sanitaria, la salud, la seguridad. Esto es para nosotros un tema muy complejo de manejar. LA ÚNICA MANERA DE RESOLVERLO OPORTUNAMENTE ES QUE HAYA UNA MESA DE trabajo. Yo (la) demando del Gobierno nacional…Reiteramos la invitación a una Mesa de diálogo pronta y oportuna que le dé respuesta inmediata a esta movilización gigantesca que, considero, es una de las movilizaciones más importantes en los últimos años en el país” (1)
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En la noche del 22 de octubre el presidente Uribe, obligado por un video de la CNN, que se difundió por todo el mundo, en el que el camarógrafo sorprendió a la policía in fraganti disparando contra la Minga indígena, humildemente le dijo al país que, en contravía de lo que sus generales le habían informado, un policía nervioso sí había disparado pero que lo había hecho al aire y que los indígenas muertos se habían automatado al tratar de disparar unas muy terroristas armas hechizas. Hasta el momento de ese obligado e internacionalmente coaccionado reconocimiento, todo el equipo de gobierno se había rasgado públicamente las vestiduras declarando que los inmaculados policías antimotines, ESMAD, no podían disparar pues, para atender esas situaciones, institucionalmente sólo tenían como elementos protectivos…un escudo…un casco…y un bastón…”sin agregar nada más”… como policías vestidos de civil con armas no oficiales etc.
Sin descartar la posibilidad de personas infiltradas, cosa muy difícil al tratarse de la cerrada malicia indígena, sólo cabe la posibilidad de que las víctimas sean “terroristas”, lo que va en contravía de la historia reciente de un pueblo, que, en la ultima década, ha luchado con tenacidad por construir su autonomía e independencia de cara a los actores del conflicto armado.
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Así respondieron los Comunicadores de la Minga, “Se puso nervioso un policía y disparó. Mentira, Presidente, mentira general. Dispararon muchos, dispararon dos días y dispararon durante horas y además dispararon civiles en medio de los policías y no estaban nerviosos ni respondiendo a explosivos lanzados por los indígenas…Lo decimos porque hay más, mucha más evidencia, más documentales, más pruebas y se harán públicas ahora que ustedes han mentido”.(2)
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Por las cifras que trajo el presidente, quien, por ética se negó a dialogar con los indígenas mientras éstos no le pidiesen perdón al Estado, han sido los policías los que han sido las víctimas del terrorismo de los indígenas y no éstos los que lo han sido del terrorismo oficial. (3)
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Si en la noche del 22 el presidente intervino para decir una sola presumible “verdad”, que un nervioso policía había disparado al aire, al hablar de la distribución de la tierra en Colombia, para mantener la altura académica no hablemos de mentiras sino, más bien, de las catedralicias inexactitudes en que incurrió. Al escuchar al presidente, un observador extranjero ignorante de nuestras realidades, habría recogido la idea de que los indígenas son los mayores terratenientes del país. Por lo tanto, no sólo terroristas sino, además, latifundistas. De los 115 millones de hectáreas que tiene Colombia, las tierras tituladas a los resguardos se elevarían a 30 millones de hectáreas, vale decir, que el 3.2 de la población tendrían en sus manos el 27% de la tierra. Pero, bajo otro enfoque de las estadísticas, sumemos: 1. Los parámos; 2. Las tierras desérticas; 3. Buena parte de los cuatro millones de hectáreas expropiadas por los paramilitares a los campesinos pobres; 4. Y los 25 millones de hectáreas- el 79%- que quedan en la Amazonía y la Orinoquia y que ni siquiera han sido arañadas por esa mágica mano invisible de la confianza inversionista que, recordando el fantasma smithiano, se inventó el gobierno neoliberal. Esas tierras no hacen parte de la frontera agropecuaria del país, amén de que allí sólo habitan 71 un mil indígenas. Sumemos para concluir que al millón cuatrocientos mil indígenas de Colombia sólo le quedan un poco más de tres millones de hectáreas, es decir, 3 hectáreas por cabeza india. Por lo tanto, en las tierras de los indígenas predominan el minifundio, el desempleo y la pobreza al lado de la más linda Cultura telúrica.
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Esa noche el presidente afirmó, “se dice que el Cauca es un departamento de latifundistas, que maltrata a las comunidades indígenas. La realidad es otra, como lo acabamos de demostrar “¿Qué quiso decir el presidente? En mi humilde concepto entiendo que implícitamente dijo que los indígenas son unos latifundistas que maltratan a esos hombres “de bien” llamados hacendados.

1. Avance Informativo, 23 octubre 2008, en www.cali.gov.co
2. “Uribe ¿por qué no te callas? , Tejido de Comunicación ACIN, octubre 23 2008.
3. Ver, Alocución del Presidente de la República, Alvaro Uribe Vélez, 22 de octubre 2008, web,presidencia.gov.co ,

martes, 7 de octubre de 2008

Atisbos Analíticos No 94, octubre 2008.
Director, Humberto Vélez Ramírez, pro-
fesor del Programa de Estudios Políticos
y Resolución de ConFlictos. Instituto de
Educación y Pedagogía, Universidad del
Valle.
Para acceder a los Atisbos Analíticos….
Atisbosanaliticos2000.blogspot.com


“la de los de Arriba es una Cultura que desvaloriza
la Existencia humana histórico concreta de los de Abajo”
El caso de la Niñez




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Sucedió en Colombia en la última semana de septiembre del 2008: un bebecito de once meses, llamado Luis Santiago Lozano, fue secuestrado. El de la iniciativa del plagio y del casi simultáneo asesinato resultó ser su padre, quien pagó a una examante una menguada suma de dinero por la execrable acción. En un principio, Chía toda entera, población cercana a Bogotá, solidaria se movilizó alrededor de la madre de la inocente víctima. La 521 entre los niños y niñas que de enero a junio de este año han sido asesinados en Colombia
Linda y espontánea la reacción de los habitantes de la hermosa Villa cundinamarquesa. Por cierto que así se la debe calificar, pues una sociedad que, de modo especial, no proteja a los niños, a los que están aflorando a la vida, a los que apenas se están asomando a las dinámicas de construcción de independencia, debe ser una cerrada sociedad de clase en la que la protección humana es un asunto que sólo cubre a quienes la dirigen. Pero, apenas se estaban iniciando las manifestaciones en Chía cuando Luis Santiago, al aparecer en televisión, comenzó a existir. Su tiempo terrenal no fue más que el tiempo necesario para mostrarle al mundo las desgraciadas y perversas circunstancias empíricas que enhebraron su corto existir: mientras lo secuestraban, al mismo tiempo, lo iban masacrando. Esa como que fue la orden del embarazador de profesión: que lo mataran para quitarse de encima el peso de una engorrosa manutención.

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La noticia de Chía muy pronto devino en un asunto de los niños como noticia nacional y mundial, como malestar e histeria nacionales y, sobre todo, como hipócrita desgarrar de vestiduras. Conversa de paso frente al fantasma de la muerte de un niño, la sociedad nacional se dio golpes de pecho, se untó de cenizas, se vistió con harapos e imploró castigo eterno, en la tierra y en el otro lado de ella, para los violadores y asesinos de infantes. Pero, encanados de por vida o ya en el averno todos ellos, la preocupación central se mantiene, y el colectivo de niños y de niñas ¿qué?

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Acerca de los niños como espectáculo ha escrito Marlene Singapur: “ ’Inaudito’, ‘imperdonable’, ‘la patria está de luto’, ‘estamos conmovidos’, ‘es una acción inhumana’ son las palabras que repiten ahora y cada vez que ha trascendido en los medios el asesinato o secuestro de cualquier niño indefenso, que, entre más niño e indefenso, mejor: es más noticia”. ( 1.Subrayado)

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Observemos desde donde observemos, por muy distintos caminos siempre llegamos a una conclusión casi común: en esta sociedad los niños que nos llegan para comenzar a abrirse a la vida , al laboratorio humano y a los sueños, excepción hecha de los muy lindos e inocentes y, por lo tanto, no culpables niños de los de arriba, con alegría lo destacamos, siempre se encontrarán con unos sentidos muy precarios de vida humana, así como con una sociedad estructural y funcionalmente organizada para que todo ello se presente y funcione así. Como para desear que la niñez pudiese balbucear una protesta, ¿como niño inocente que soy, para qué, carajo, me mandan a esta sociedad? Por eso, como sueño, desearíamos que no llegasen, pues hacer la práctica de socialización en Colombia es como hacer la práctica de cartuja en un lenocinio o la de un monje franciscano pacifista en un territorio de inacabada guerra.

Es ésta nuestra hipótesis central.

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En lo metodológico, estas notas casi epigramáticas se encuentran cruzadas, primero, por una descripción, necesariamente ligera, sobre las condiciones existenciales básicas de los niños en Colombia, así como por un inicio de conversación o diálogo con ellos alrededor de tres preguntas centrales conexas: Primera: ¿cuáles son las razones de tan inmenso abandono y de tan radical desprotección de la niñez? Segunda: ¿qué sentido colectivo se le ha dado por estos días al secuestro y asesinato de Luis Santiago y, de refilón, al de los 520 niños asesinados en Colombia en los primeros seis meses del año?; y Tercera: ¿será moralmente lícito traer niños a esta patria entre pacata e hipócrita en la que sea la que sea la moral que se profese, la dirección-dominación-hegemónica del país, de coyuntura en coyuntura y de forma de gobierno a forma de gobierno, a su antojo y conveniencia corre las cercas lindantes entre lo humanamente lícito y lo moralmente ilícito?
De todas maneras, estas tres preguntas, montadas sobre una descripción de base, aspiran a formular algunas desparramadas hipótesis asociadas ya a la explicación ya a la comprensión ya a la interpretación del crimen de lesa-niñez que esta sociedad y este Estado han silenciado, soportado y hasta animado.

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Empecemos el cuadro descriptivo resaltando el radical cambio que, a partir de esta semana, la del 21-27 de septiembre, se produjo en los contenidos emitidos y codificados por los Medios de Comunicación. Sobre todo, a partir del 16, los complejos y graves problemas que en el último mes habían empezado a convertirse en foco de atención pública, de casi modo automático desaparecieron o empezaron a ocupar un lugar residual en los micrófonos, en las pantallas y en la gran prensa. De un momento a otro, todo quedó subordinado a las lógicas, ritmos y dinámicas del secuestro y del asesinato -acciones malditas y crueles éstas- de Luis Santiago. En el mundo de los Medios casi todo lo demás se obscureció: el recurrente reclamo al gobierno para que, por ética y prudencia y decencia, retirara de su nómina al Ministro del Interior; el escándalo internacional que se produjo cuando se le dio una lujosa villa por cárcel al destituido jefe de fiscales de Medellín, hermano del Mininterior, a quien se le habían tipificado varios delitos; la reunión en el propio Palacio institucional de Nariño de altos representantes del gobierno con emisarios de los altos exjefes paramilitares; la asustadora confesión de Mancuzo según la cual los paramilitares habían apoyado procesos electorales presidenciales; los centenares de jóvenes desaparecidos en Soacha y en Cartago, para señalar sólo dos sitios, quienes a los pocos días fueron reportados por el Ejército como limpiamente abatidos en combate…También estaban para ocultar y tornar invisibles los rotundos fracasos del Jefe de Estado en su aspiración a mediar en los dos conflictos laborales más robustos que ha habido durante su sexenio. De un lado, el paro de Asonal y, del otro, el del los corteros de Caña en el Valle cauca. De cara a éste, empezó convocando a la represión, después ensayó de mediador y finalmente terminó apoyando la salida represiva que, en medio de sutilezas discursivas y prácticas, la burguesía azucarera vallecaucana ha ensayado desde los primeros días de un paro, que no dudamos en calificar como de una lucha de los 19.000 corteros por acceder al capitalismo. Todo se hizo silencio, entonces, para darle paso a la histeria colectiva en la que irrespetuosamente se envolvió el caso de Luis Santiago, caso rechazable, ya lo expresamos, pero normal en esta anestesiada sociedad conducida y liderada por poderosos anestesistas públicos.

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Si algún observador extranjero, en busca de crónicas de guerras y escándalos, hubiese llegado por esos días por primera vez a Colombia, se habría visto obligado a encabezar su escrito ensalzando la piedad de esta sociedad por los niños y niñas, así como su obsesión casi colectiva por colocarlos como los sujetos privilegiados de la acción del Estado. Por cierto que esa semana sí estuvo en Colombia el muy conocido, entre nosotros, escritor argentino Noé Jitrik, enamorado de lo que él llama “el lado amoroso de los colombianos”. Evocó una historia de bebés, una muy tierna y conmovedora: en Argentina una perra trasladó hasta la morada que compartía con sus cachorros a un bebé que había sido abandonado por una madre adolescente. Al respecto escribió Mónica Sarmiento, “Sin duda, un contraste impresionante frente a la noticia del día en Colombia. Dan ganas de decirle al padre de esa criatura…’Por alguna vez en tu vida compórtate como un animal ‘, como era el lema de una compañía de publicidad española que resaltaba la amorosa relación de los animales con sus crías”. (2)
Pero por ahora, dejemos así esbozado el siempre oscilante cuadro de sucesos graves del último mes.
Pero a esta hora del té, no vamos a salir con la ya gastada tesis de la cortina de humo pues, más bien, poco de ésta y sí mucho de tapar y tapar y tapar y generar imágenes colectivas, ya positivas o negativas, pero siempre favorables y funcionales a la forma de gobierno que se ha instalado en el país. (3)

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Para julio del 2006, de una población de 43 millones 593 mil habitantes, el 30.3%, sea, 13 millones 286 mil estaban en el grupo 0-14 años. (4) Es decir, por cada 100 colombianos 30 eran niños o niñas menores de 14 años. Si más del 60% de la población colombiana está atrapada entre la pobreza y la miseria, por muy variadas razones los niños pertenecientes a este grupo macro son triplemente pobres y miserables. Sobre todo y ante todo, por la mera razón de ser niños; por tratarse de criaturas completamente desprotegidas en esa etapa de la vida en que todo en ellas apenas se está empezando a afirmar. Si inacabados somos todos los seres humanos aún en las fases postreras de la vida, ¿qué diremos de los niños que apenas se están abriendo al crecimiento y a la adquisición de defensas?
Por otra parte, esos treces millones de niños llegaron a la vida en un país de muertos, de muertos víctimas de las violencias físicas y sobre todo, de la cultura de las violencias, que es la primera maldita escuela simbólica que los recibe. Algunos de nuestros violentólogos han llegado a cuantificar que los impactos de las violencias sobre la niñez en un 80% provienen de la violencia intrafamiliar y en un 20% del conflicto armado. Atisbos Analíticos ha sostenido desde tiempo atrás que, para el caso de esta sociedad, es alrededor de la tríada Estado- Poderes institucionales- Autoridad familiar, donde históricamente se ha impuesto en Colombia una Cultura de violencia (5) De los dos millones de niños que sufren y soportan en sus hogares la violencia intrafamiliar, por lo menos medio millón quedan marcados de por vida con traumas físicos y mentales. (6) En el caso de la guerra interna, como para colocar el acento en el reclutamiento de niños “soldados” (en el período 2000-2003 uno de cada cuatro combatientes era un niño guerrillero o paramilitar para un total de 11 mil niños cumpliendo diversos oficios en las organizaciones irregulares); echémosle ahora una mirada a las minas antipersonales (en el mismo período 214 niños fueron sus victimas); en tercer lugar, dramática fue también la situación en materia de secuestros ( 1048 niños fueron plagiados en esos tres años); y finalmente, para frenarnos un poco en ese largo listado de crímenes de lesa–niñez, digamos algo sobre los niños y el desplazamiento (expertos en la materia señalan que en el moderado cálculo de 2.5 millones de desplazados, un 45 Y 55% cobija a menores de 18 años). (7)


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Niño expulsado de su chacra, es niño expulsado de su “patria” que, para él es la patria chica, pues otras patrias casi no lo tocan. Es por eso por lo que la historia del desplazamiento será un proceso recortado y mutilado si se realiza al margen de la pequeña historia de cada víctima y, sobre todo, de la de la masa de niños y niñas que no han llegado siquiera a la etapa de la pubertad. Son una masa de, por lo menos, más de un millón de menores de quince años. Si se realiza al margen (8) de esas manos de hombres curtidos que ahora, en soledad, se alzan en las ciudades casi que plañendo piedad para sus hijos, pero que desean retornar a sus raíces telúricas a cultivar la parcela arrebatada. Pero, para que ese retorno sea humano, debe estar acompañado de medidas, por lo menos, proporcionales al mal causado. Si se realiza al margen de esas manos de madre, cariñosas y cenicientas, que ahora, en una triste calle, acolchonan a los niños mojados de frío, pero que anhelan regresar al rancho con el fogón y la cama marital como espacios vitales. Pero, para que ese retorno sea humano, les tienen que regresar la vivienda incendiada. Si se realiza al margen de esas manos de niño, inocentes y huesudas, que ahora les sirven de almohada en un cruel lecho de cemento, pero que añoran el tablero de la escuela de la vereda donde garabateaban el abecé y pateaban el balón. Pero, para que ese retorno sea humano, les tienen que regresar la escuela y el maestro y la canchita de fútbol. Y finalmente, ese proceso de arreglos será un proceso mutilado e inconcluso si se realiza al margen de esas manos de niña campesina, tímidas e inocentes, que ahora se ven obligadas manosear los más libidinosos e inmundos cuerpos inertes, pero que añoran el rinconcito del naranjo donde se trepaban a pergeñar las primeras cartas de amor con sabor a tierra. Pero, para que ese retorno sea humano, les tienen que regresar lo imposible, la inocencia perdida.

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Adicionemos unos datos más, aunque no aspiramos ni siquiera a un esbozo satisfactorio del drama de la niñez colombiana. (9) No traigamos estadísticas en materia de educación y salud, pues si para sus padres han sido precarias, para los niños resultan irrespetuosas.
Subalimentados y con sus cuerpecitos habitados por todo tipo de bichos tropicales y exprimidos hasta los huesos por la inanición, millares y millares de ellos se van a la escuela sin una aguapanela siquiera. Para una alta proporción, lo que reciban en el aula será el manjar central del día. Por eso en muchos contextos del país educativo provoca pesar escuchar denominar “suplemento alimenticio” al desayuno que en las escuelas les dan a muchos niños.
Para muchos de los de arriba leer esto les suena a demagogia y a resentimiento. Así es como su cultura lee y valora la existencia de los de abajo. Por eso leen como demagogia populista todo esfuerzo de la gente por asomarse a observar la realidad más allá de las apariencias en las que discursiva y prácticamente suelen envolverla para que se envolate y no proteste ni critique ni se rebele.
Digamos, por otra parte, que alrededor de veinte mil niños son explotados por adultos, con frecuencia, sus padres, que los obligan a mercadear sus cuerpos, sobre todo, en sectores turísticos de Bogotá, Cali, Medellín, Cartagena. No son prostitutos, de modo coercitivo los prostituyen a mansalva entre adultos cercanos, promotores de turismo y turistas. Preguntémonos finalmente cuántos millares de niños, abrazados a los huesos de sus mayores, estarán todavía sin el “gualí” desde que los arrojaron a las fosas con las que la barbarie blindó a este país contra la vida. Recordemos que en el caso de Bojayá los 48 niños masacrados se quedaron por fuera de esa costumbre africana, conocida también como “chiguala”, en la que el cuerpo sin vida del pequeño es alzado de mano en mano mientras se canta, se baila y se juega con él. (10) Era así como las comunidades negras festejaban al niño que, con la muerte, se liberaba de la esclavitud.

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Respetables, aplaudidas y plausibles todas las movilizaciones que hubo en Chía y en un sin número de villas colombianas en contra de violadores, secuestradores y asesinos de niños y niñas; pero, irresponsables, irrespetuosas y, por lo tanto, rechazables las acciones de la mayor parte de los Mass Media, de muchas iglesias y de casi todos los factores institucionales de poder que, a lo Fray Tomás de Torquemada, insuflaron la histeria colectiva mechándola con kerosene destinado a calcinar a los “hombres de mal de la sociedad”. ¿Quiénes serán, los de arriba o los de abajo o los que señale el poder? Esto no obstante, la experiencia histórica nos ha enseñado que acciones emocionales como éstas no pasan de ser flor de un día.

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A lo largo de estas anotaciones, ya hemos dejado regadas o sugeridas una buena cantidad de hipótesis. Al margen de toda intención academicista, más bien procurando abrir ventanas que cerrarlas, vamos a recoger algunas preguntas asociadas al por qué de un cuadro tan dramático de la niñez en Colombia; al significado y sentido que presentan esos brotes de histeria colectiva que, estimulados por los Medios y los macro poderes institucionales, de vez en cuando revuelcan la vida social pasando por alto que esas masivas reacciones emocionales han sido alimentadas por hechos, que dolorosos y rechazables, han sido eventos casi normales en la historia oculta de esta sociedad; y preguntas finalmente asociadas al extremo de desregulación institucional al que se ha llegado en Colombia, pues, como ha escrito Ligia Galvis Ortiz, “según lo expresado por los especialistas en los medios de comunicación, buena parte de la población colombiana es psicópata porque no obedece las normas y es impasible ante las conductas ilícitas”. (11)
Recojamos, entonces, así tres inquietudes o preguntas asociadas a la explicación, la comprensión y la interpretación de los fenómenos sociales:

Primera:
En esta sociedad el poder de los de arriba ha llegado a tales extremos de consolidación que ha generado una Cultura completamente desvalorizadora de las condiciones de existencia de los de abajo donde residen muchos millones de niños, o si no, ¿cómo explicar, apelando al coeficiente de Gini, que el 20% del quintín más rico de la población gane 80 veces más que el quintín más pobre?

SEGUNDA:
En esa última semana de septiembre la sociedad nacional se dio golpes de pecho, se untó de cenizas, se vistió con harapos e imploró castigo eterno, en la tierra y en el otro lado de ella, para los violadores y asesinos de infantes. Se creó, entonces, el imaginario simbólico colectivo de que ésta era una sociedad motivada por la más intensa piedad por los niños y con un Estado y unas formas de gobierno que los focalizaban como sujetos privilegiados de su acción. Como para preguntarse, entonces, ¿qué tipos de fuerzas y con qué intenciones son las que, de período en período, promueven y alimentan esos estados de histeria colectiva?

Y TERCERA:
De cara a una sociedad donde la cultura de la legalidad se encuentra a ras de piso, que es impasible ante las conductas ilícitas y donde, por lo tanto, la socialización debe ser un laberinto apocalíptico, pensamos que es pertinente y válido mantener una pregunta ya formulada:¿será moralmente lícito traer niños a esta nuestra patria, entre pacata e hipócrita, en la que sea la que sea la moral que se profese, la dirección-dominación-hegemónica del país, de coyuntura en coyuntura y de forma de gobierno a forma de gobierno, a su conveniencia y antojo corre las cercas lindantes entre lo humanamente lícito y lo moralmente ilícito?

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Cualquier lector desprevenido de estas notas podrá atisbar que a ellas subyace una invitación: a repensar y contribuir a replantear con racionalidad pero con radicalidad nuestro Modelo de lo social.
Y en el régimen político los partidos no pueden continuar programando, “es que a nosotros también nos importan los niños, también nos importa lo social”. Lo social no es un asunto de proclamas coyunturales impuestas por las circunstancias del momento. Se relaciona, más bien, con una organización político-partidista que, con honestidad, jerarquiza sus valores y principios, la llamada escala de valores, para obtener una articulación en la que lo social en lo programático aparece, se transparenta y expresa como su valor central. Es por esto por lo que no es válido que la distinción entre derecha e izquierda, como afirma el ahora más que nunca frustrado y derrotado neoliberalismo, es una distinción obsoleta. Obsoleto y mentiroso es, más bien, decir que a todos nos interesa lo social por igual.

1. Singapur, Marlene, “HIPÓCRITAS”, martes 30 de septiembre 2008, en, El Gusano en la Fruta, Mentalidad y Cultura política.
2. Sarmiento Duque, Mónica, “De Sobremesa con Noé”, Especial para el Espectador, domingo 8 de octubre de 2008, p.32
3. Ver , Atisbos Analíticos No 92, sep.2883 , “Las Trampas de la Imagen” ,en, atisbosanaliticos2000.blogspot.com ,
4. DANE, www.dane.gov.co/
5. Sobre la Subcultura de la Violencia política ver, entre otros, el Atisbos No 80, julio del 2007
6. http://profamilia.org.co
7. codhes.org.co
8. Ver, Atisbos Analíticos No 70, Cali, septiembre 2006.
9. Human Rights Wastch, Aprenderás a no Llorar , 2003, pgs.116 y sgts.
10. Lancheros, Carolina, “Bojayá 2002, Un pueblo entre los Miedos y los Medios”, en, www.etniasdecolombia.org ,
11. Galvis Ortiz, Ligia, “Después de la Vergüenza, la Sensatez”, domingo 5 de octubre 2008, p.51.