martes, abril 25, 2006
ATISBOS ANALITICOS No. 65
Nota Introductoria:
Estamos a una semana de “BOJAYA”...Los actores del conflicto continúan, unos exacerbando la guerra, otros realizando acciones militares de doloroso impacto sobre los civiles y unos terceros usando todas las formas de lucha aún dentro de la institucionalidad. Que la lectura de este CRONICA ETNOBÉLICA, que constituye un acápite de un texto borrador, sea una ocasión de meditación , así como un momento de decisión para contribuir a construirle a esta guerra una salida social y democrática.
BOJAYÁ COMO HISTÓRICA PERVERSIDAD BÉLICA
Por: Humberto Velez Ramírez*; humbertovelez@andinet.com
Canto 25
BOJAYÁ
“Aunque murió hace tantos años / por allí debe andar mi padre / ... / ...tan errante, / ....tan llovido: ...”Pablo Neruda
“ Nos metimos a la iglesia porque pensamos que allí Dios nos protegería.” Ernesto Ortiz, quien en Bojayá perdió a su esposa y a dos de sus cuatro hijos.
“¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho?”. Exclamación, de rodillas, en Bojayá, de joven guerrillera, combatiente ... .
Negros, ya no vivos, - niños y grandes –
vuestra sangre, aguas abajo por el Río Atrato,
ha llegado a los confines de los mares.
En las playas del Africa,
en la cresta ahora rosada de las olas,
la ven y la sienten tus hermanos negros.
Lloran y, bravos, tocan duro sus tambores.
Negros y blancos, ya no vivos, de los pueblos de Colombia
–niños y grandes, inocentes y pecadores-
vuestra sangre, hermanada
con las aguas,
ha pintado las nubes.
Ha tinturado los hilos de la lluvia.
Agua-rosa caerá sobre la tierra entera,
de ese color serán las lluvias perennes del Chocó... .
Nos mojará y nos hará pensarnos.
Y buscar.
Y luchar.
Gabriel Ruiz, 26 de julio 2002 (2)
“Al Infierno no lo conoció Dante, lo conocieron los habitantes de Bojayá aquel 2 de mayo”. (Uno de los Médicos que atendieron la Emergencia)
Como necesaria advertencia académica importa precisar que la observación que permitió recoger esta información, fue hecha desde unos lugares reales y simbólicos precisos y que, por lo tanto, no es expresión objetiva del suceso. Sólo una mirada sistemática pero limitada tanto por la complejidad del drama como por ser ésa la naturaleza de toda observación no importa que el que la realice sea un investigador social.
Siete días después de “Bojayá”, el Padre Antún deshizo los pasos hasta su iglesia. Venía por su crucifijo. Ahora no era más que una reventada imagen nazarena. Al llegar, un perro negro grandote salió a recibirlo. El Cristo estaba sobre dos copones y un cáliz retorcidos. En menos de una semana la capilla se había convertido en un criadero de diminutos gusanos hediendo toda ella a podredumbre. (3) El padre Antún oficiaba como párroco-misionero de Bojayá. (4)
Bojayá, por extenso y selvático, es el único municipio colombiano que tiene su propia “capital”, el poblado de Bellavista. Bojayá es la zona rural y Bellavista el poblado. En esta Comunidad afro-colombiana, el 2 de mayo del 2002, fue masacrado o, en su integridad física afectado, el 20.9% de sus pobladores. Como decir que de 1100 habitantes, 119 fueron masacrados, entre ellos 48 niños-niñas, mientras que 114 sufrieron graves heridas. Un horrendo y horroroso y abominable genocidio, el más histórico por lo perverso, de la más perversa guerra en la historia contemporánea de América Latina.
Dos actores del conflicto armado, las Farc y los paramilitares, sin más miras que la de la más radical pugna por el control de territorios poblados, hicieron trizas el corazón, el de carne y el simbólico, de una humilde aldea perdida en la manigua. Y todo ocurrió en ausencia de un Estado autista cuyas fuerzas armadas se hicieron las de la vista gorda cuando los paramilitares transitaron sobre sus narices.
“Dios mío, ¿qué hemos hecho?” (5), se vio llorando a una joven guerrillera cuando, en las orillas del río Atrato, medio atisbó la barbaridad realizada. Mientras tanto, “yo no sabía si estaba muerta. No sentía nada”, vivenciaba en el interior de la Capilla católica San Pedro Apóstol, Luz Nelly, otra joven de 19 años, ésta sí una civil desarmada, cuando, atolondrada, descubrió a su mamá viva pero atrapada entre un alud de cadáveres.
En el Chocó, departamento al que pertenece Bojayá, miles de niños mueren antes de cumplir el año. Allí, en esa afro-colombiana región, el 70% de su medio millón de habitantes languidece entre la miseria del dólar diario y la indigencia que sólo almuerza cuando la desnutrición no le resta fuerzas para lanzar el anzuelo al río. Como decir, un infrapobre colectivo humano que, bajo otras condiciones de guerra, podría abrirse al discurso de la “revolución social” de las guerrillas o al de “la dignidad humana” de los paramilitares. Pero, en realidad de verdad, del Chocó a farianos y paracos sólo les interesaba el control territorial de la región. Por otra parte, en ese selvático y lluvioso departamento, dada su estratégica posición geopolítica, algún día las internacionales construirán un Canal interoceánico, complementario o alternativo al de Panamá, amén de que en él ya ha empezado a tomar forma la economía de palma africana, el futuro del país de acuerdo con la nueva distribución latinoamericana del trabajo impuesta por los Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio. Allí, pues, “la ampliación de la cerca latifundista corre al ritmo de los intereses de las multinacionales y de los grandes sectores económicos del país”, como se señala en el estudio de “Noche y Niebla”.
Las Farc llegaron al Chocó en la última década del siglo veinte. Venían a asentarse en el Atrato Medio, el río-madre de los chocoanos. Como fantasmas en radical rencilla, tras ellos se vinieron los paras. Sus pares, si no ideológicos, por lo menos sí metodológicos, de las maneras bárbaras de practicar la guerra, divorciadas casi siempre de unos mínimos de dignidad humana. Con el advenimiento de farianos y paracos - representación y realidad de enemigos a muerte- el telúrico y afectivo río se fue transformando en el cementerio de miles y miles de cadáveres insepultos. Fue así como el río por antonomasia, la realidad cultural más cercana al corazón de los negros, devino en una simple referencia geopolítica de esos dos actores del conflicto armado. Más acá de Bojayá y aguas abajo del río, desde Riosucio hasta el Urabá bananero, el control lo tenían los paramilitares; pero, más allá de Bojayá, aguas arriba hasta Quibdó, la capital del Chocó, al río lo controlaban las Farc. A las Comunidades chocoanas, las insurgencias le habían expropiado el río. Como había acaecido siempre en su vida cotidiana, ya no podían disponer de él a su amaño: Ni para orillarse a soñar; ni para la imprescindible pesca de subsistencia; ni para el obligado viaje fluvial; ni para la lúdica nadada cotidiana; ni para el íntimo amorío. Como rabió un raizal poblador, “el río es la vida para nosotros. Para un pueblo que pesca, siembra, lava, se transporta y recrea en el río, quitarnos el derecho a usarlo es arrebatarnos la vida misma y esto era lo que habían hecho con nuestro Atrato los guerrilleros y los paramilitares, nos recortaron la aletas de los sueños con las que todos los días navegábamos por sus aguas...Nuestra carretera está hecha de agua”. Y tan atávica y sólida es ésta colectiva representación fluvial que por donde quiera van corriendo las aguas del Atrato los pobladores se las van apropiando agregándoles un “dó”, palabra que significa “río” en dialecto Emberá, a su respectivo poblado, así: Bagadó, Bebedó, Buchadó, Curvaradó, Chintadó, Docampodó, Domingodó, Guaguandó, Juradó, Munbaradó, Opogodó, Profundó, Tadó, Tandó, Taridó, Torrendó, Tutunendó y Yerretruandó. (6)
Ya para las primeras semanas del nuevo milenio, el Chocó se había convertido, entonces, en un referente geopolítico de los proyectos estratégicos de paracos y farianos. Estos, bajo la inspiración de Noel Matta, alias “el Viejo Efraín”, otro de los históricos de las Farc, buscaban instalar en la zona la más sólida retaguardia. Primero, como base para jalonar una contraofensiva orientada a recuperar el Urabá bananero, viejo santuario de los hombres de “tiro fijo”, de donde los había expulsado Carlos Castaño, el jefe de los paramilitares; segundo, para tomarse por asalto los corredores del narcotráfico hacia el Pacífico exterior y, finalmente, para asegurarse el abastecimiento diario desde Panamá. Pero, fueron los paramilitares, que no el Estado, los que decidieron atravesárseles en el camino. Se vinieron, entonces, hasta Vigía del Fuerte, una población, río Atrato de por medio, a 2800 metros de Bellavista. Pero, cosa extraña en esta historia de guerra, un teniente de la policía les advirtió,”no señores, les dijo, nosotros aquí somos la autoridad legítima y no necesitamos su apoyo”. Por las razones que fuesen, los paramilitares se marcharon. En marzo del 2000, los farianos llegaron a Vigía del Fuerte. Venían en busca de “algo”. Mataron 21 policías reteniendo a otros 10 y, de casa en casa, sacaron a 8 civiles. Era por ellos que venían, dizque “por auxiliadores de los paracos” y, arrodillados, los fusilaron en público. Pero, como también venían por “territorio poblado”, allí se quedaron. El 21 de abril del 2002, del norte regresaron los paramilitares. Eran unos 300 hombres pertenecientes al Bloque Elmer Cárdenas de las autodefensas de Córdoba y Urabá. Venían a recuperar la zona. “Partiendo desde Turbo, pasaron por Punta de Turbo (retén permanente de la Marina que exige la documentación y una requisa), siguieron por Riosucio (retén permanente de la Policía Nacional) y siguieron a BellaVista-Bojayá (retén permanente del Ejército”. (7) Fue así como seguros en sus pangas, bajaron el río Atrato en un viaje de tres días y de 220 kilómetros y nadie los vio pasar. Fue por eso por lo que, perplejo, Paco Nadal, periodista de El País de Madrid, se preguntó por CARACOL:” ¿Cómo pasaron siete pangas (embarcaciones) frente a una base de la Armada en Riosucio?
El día anterior, los farianos habían abandonado el casco urbano de Bellavista. Alfredo Pitayá, un negro grandote de 32 años a quien la movida le había parecido extraña, empezó a cavilar, “¿no me había dicho su Comandante apenas ayer, meditó, que como ellos mandaban en la población, de ella no se moverían?, aquí algo raro va a suceder”. Al día siguiente, la angustia se apoderó de su ánimo cuando vio ingresar a Vigía del Fuerte ese ejército de paramilitares. “Dios mío, se dijo, hemos quedado en vilo entre los dientes de la más peligrosa tenaza”. El 30 de abril el nominal Inspector de Policía de Bellavista, Luis Eduardo Mosquera, buscó al Comandante de los paracos para advertirle que la Comunidad era neutral. Aquel se limitó a decirle, “tranquilo, hombre, que a ustedes nada les va a pasar”. En esa declaratoria exigían “respeto por los lugares de habitación y por los sitios de encuentro de la población civil “. Esa postura de neutralidad habían empezado a construirla desde 1999 cuando los paras, junto al cooperante vasco Iñigo Egiluz, asesinaron al padre Jorge Luis Mazo mientras le repartía alimentos a la población. (8)
En cuestión de horas dos mil farianos, con la manigua como trinchera selvática, blindaron a los paramilitares alrededor de un espacio que cubría el círculo que encerraba las dos poblaciones. Para los farianos, Bellavista y Vigía del Fuerte eran su escudo humano mientras que para los paracos lo era el primer poblado.
Como en un relato garcíamarquiano, el de Bojayá había sido un pueblicidio anunciado. Ocho días antes, el Defensor del Pueblo había oficiado a las autoridades nacionales competentes que 300 paramilitares avanzaban hacia Bojayá para disputarles a las Farc el control socioterritorial sobre la zona. Desesperado ante el apabullante silencio de todas ellas, el 2 de mayo re-ofició reiterando y advirtiendo y ese mismo día 119 humildes colombianos fueron masacrados viniendo enseguida la ira nacional, así como la más aterrada reacción de la opinión pública internacional. Los oficiados, entonces, ahora sí con la más inútil de las prisas, se deshicieron en condenas, defensas y excusas. Que dada la ola invernal desplomada sobre esa selvática región, los helicópteros no habían podido llegar, dijeron los primeros. Esto no obstante, nadie pudo explicar por qué y cómo, a pesar de la manigua y la lluvia y la neblina, en la burda pista de Vigía del Fuerte en esos días había aterrizado la avioneta de alias “el Alemán”, uno de los jefes de los paramilitares. Que dada la dificultad para reagrupar tropas, habría sido un suicidio enviar 200 0 300 soldaditos a enfrentar a más de 2000 insurgentes, manifestaron unos segundos. Que, aunque ya definido, el sistema de alarmas ese día había fallado, que las alertas se habían quedado enredadas entre jerarquía y jerarquía, en fin, que todavía no se había precisado a qué institución le correspondía supervisar que los responsables actuaran, fue lo que apuntaron unos terceros. (9) La verdad fue que en la época de las comunicaciones al segundo, el Estado, como realidad militar, tardó cinco días en llegar desde Bogotá hasta Bojayá. Cansado llegó a las 6pm del 7 de mayo en un buque nodriza del Ejército colombiano.
A las seis de la mañana del 1 de mayo los paras se vieron sorprendidos con los primeros disparos de la guerrilla. Uno de ellos atravesó a su Comandante “Ca- milo” cuando regresaba de Vigía del Fuerte donde la Comunidad le había advertido su autonomía. En escaramuzas se fue yendo el día. Bajo el liderazgo claro y comprometido de tres sacerdotes católicos, unas 300 personas se refugiaron bajo las alas protectoras de la capilla de San Pedro Apóstol. Contra toda realidad bélica, se representaban que donde los dioses habitaban, las balas no entraban. En muchas partes, es común ver un aviso que, colgado de la puerta de la Iglesias, reza, “siga, pero sin el perro”. En Bojayá, en contraste, a la gente la esperanzaba la advertencia explícita que se leía a la entrada de su capilla, “siga, pero sin armas”. De los otros 800 pobladores, unos pocos se acomodaron en la Casa cural, así como en el convento de las Hermanas Agustinas mientras que otros, los más desesperados, cogieron río arriba o río abajo o vadearon el Atrato hasta Vigía del Fuerte. Un grupo amplio, los más baquianos, se internó en la manigua. En una casa de madera del poblado, solitario, permaneció un corazón petrificado: Dionisio Valencia que, la noche anterior, había soñado que “estábamos en una casa y las llamas nos rodeaban y no nos dejaban salir”, se acurrucó a rezar en un rincón de su choza durante 28 horas. (10)
La masacre se inició en forma el 2 de mayo a las seis de la mañana. Hacia las diez, un grupo de paramilitares se atrincheró alrededor de la capilla. A una distancia de unos cien metros, los farianos lanzaron tres cilindros de gas. El primero cayó sobre una edificación cercana. El segundo se fue más allá del puesto de salud. Pero, el tercero, el desgraciado tercero, cortó el espacio, hizo con las tejas de eternit del techo de la capilla un montón de afilados cuchillos que, rebanando todo lo que encontraban a su paso, rostros, desesperos, cuellos, terrores, pechos, bramidos, brazos, angustias, piernas, gritos, rabias, vientres, le oficiaron al Cristo del altar 119 víctimas, entre ellas 48 victimitas, niños y niñas, que todavía no habían aprendido a odiar. Fue ése el sangriento oficio del ritual perverso de la guerra. Atropellándose unos a otros, los pocos sobrevivientes, unos 70 de los 300, arrastraron a sus heridos en feroz carrera con la esperanza de que su telúrico y adorado río los salvara. “Lo que vino después, se lee en el relato etnográfico de Carolina Lancheros, fue horrendo: gente desmembrada buscando la salida. Llantos, gritos y angustia. Los que apenas se daban cuenta que estaban vivos reaccionaban y huían despavoridos. En medio del caos, el padre Antún vio a un hombre sin cabeza caminar por el centro de la iglesia y, perplejo, invocó a Dios y al ánima de su madre muerta dos meses atrás. (11) Sobre la improvisada marcha Luis Eduardo Mosquera improvisó un trapo blanco que entregó al Padre Antún, quien en pleno territorio de guerra en caliente, prefiguró la más inédita e histórica movilización de la población civil: “¿Quiénes somos? Población civil. ¿Qué exigimos? Respeto por la Vida”, eso fue lo que medio alcanzaron a vociferar a sus victimarios las aplastadas víctimas de la guerra.
Al llegar al río, en las pangas de los paracos y en canoas plataneras trataron de cruzarlo pero, en medio del enredo, la desesperación, el desaliento y las limitaciones de embarque, el río no les alcanzó. Habían olvidado que el Atrato ya no les pertenecía. También algunos guerrilleros rasos, avergonzados, facilitaron el traslado en bote de algunos heridos hasta Vigía del Fuerte. “Les ví gestos de dolor, también les ví lágrimas, pero el daño ya estaba hecho”, recordó Julio César quien, en ese momento, bañado en sangre, cargaba a un niño con una esquirla enterrada en su estómago. Pero, recuperemos a Luz Nelly, quien hallándose cerca de la puerta, alcanzó a abrirla cuando la tercera pipeta hizo de la capilla una densa nube de polvo blanco. Ella iba encabezando aquel desfile de mutilados cuando el recuerdo de su madre la volteó en dificultosa reversa: al ver que nada le había pasado, quise ayudar: “ví gente correr sin un pie o sin una mano, ensangrentada y mutilada y me propuse sacar los niños, no sé cómo hice, pero los cogí como racimos de plátano...Los niños llevaron la peor parte, no sólo murieron 48, si no que había que verlos correr, gritar e incluso llorar encima de los cadáveres de sus padres”. (12)
Abandonados por su río, muchos se internaron en la manigua. Aturdida, al ver pasar aquel ejército de mutilados, la joven guerrillera, acodada sobre la culata del fusil, no cesaba de llorar, “Dios mío, ¿qué es lo que hemos hecho?”. Ya en la manigua, empujándolos para que nadie se quedara, iba el padre Janeiro Jiménez Atencio. Cuando se topaban con un paraco o con un fariano, de rodillas les suplicaban que no los mataran, que tuviesen compasión, que ellos no estaban con nadie, que eran una Comunidad neutral. Al Padre Janeiro que, vigilante, avanzaba por la cola, de un momento a otro la selva se le cerró evaporándose en el abismo de la manigua, de las ciénagas y los pantanos.
Los guerrilleros de las Farc todavía no sabían lo que había pasado. Por eso cuando apareció aquel ejército de gente semidesnuda, lisiada, mutilada no lo podían creer. El Comandante Chucho se limitó a decir que lamentaba el error. “Esto es la guerra, así de dura es la guerra”, dijo pensativo y, de inmediato, ordenó continuar la ofensiva. Desde tiempo atrás, escribió Julio César, “el dueño de las caudalosas aguas del Atrato se llamaba “chucho”, un comandante de las Farc que de tanto pensar en el futuro de los otros, decidió desaparecernos para que no sufriéramos y que cuando en Bojayá vio pasar la primera panga con sábanas blancas repletas de manos sin dueño y niños sin piel, sólo atinó a decirnos “metimos la pata” “.
El día 3 de mayo los paramilitares se replegaron a la selva, las Farc permanecieron en su sitio y las dos poblaciones quedaron vacías, Bellavista con sus cadáveres y Vigía del Fuerte con su miedo. Los combates postmasacre continuaron un poco alejados. En la mañana del 4 de mayo Lascario Miller le leyó al Comandante de las Farc lo que la Comunidad sobreviviente había decidido: “Después del repudiable hecho en el que fueron masacrados 119 hermanos”, como Comunidad neutral “les exigimos que se vayan para terminar de darles cristiana sepultura”. El Comandante guerrillero se limitó a reiterar, “lamentamos, lamentamos el error”. El sábado 5, una breve “tregua” permitió el aterrizaje de dos helipcóteros del Programa Aéreo de Salud de Antioquia, que se llevaron a las 18 personas más graves. El domingo 5 con 500 mercados la Iglesia llegó primero que el Estado. Para este día los combates habían arreciado en los alrededores. Al retar el miedo, un grupo conformado por sacerdotes y habitantes inició la recolección de cadáveres. Al ingresar al templo encontraron a un joven todavía vivo que había cumplido ya varios días con una varilla enterrada en el estómago. Había sobrevivido gracias a la curia de la loca del pueblo. De aquella que proclamaba tener más de 200 años y alrededor de 35 hijos. Ella que se sentía la madre de todos los negros, contó que esa noche “salvó personas y juntó cuerpos y cómo a veces, cuando no coincidían, juntó dos manos derechas o dos pies izquierdos, e incluso, intentó unir cráneos a las espinas dorsales”. A la orilla del río los fueron apilando en una embarcación. `Por irreconocibles, su identificación resultaba imposible. No había sobreviviente sin dolientes: nuestra ya conocida Luz Nelly había perdido cuatro tíos y cuatro primos; y a la familia Polanco Chaverra, de 25 miembros sólo le quedaban 3. El lunes 6, “triunfantes” ya las Farc, se terminó la recolección de cadáveres. En un lugar seco al sur de Bellavista abrieron una fosa que los acogió a todos. En dos bolsas de polietileno habían recogido los restos esparcidos por todos los rincones de la iglesia. El martes 7 llegó el Estado.
En los días siguientes los Eduardo Mosquera, los Dionisio Valencia, las Nelly Mosquera, los Padres Janeiros y los Lascano Miller, vale decir, los poquitos que no se habían ido o que, al irse, habían regresado, con los ojos enrojecidos y el alma colectiva en astillas contemplaron una interminable hilera de pangas y canoas cargadas de racimos humanos. En un interminable ir y venir, bajaban y subían todo el día por el río. Durante esa semana las Naciones Unidas contaron más de 30.000. Desenraizados, se sumaban a los dos millones de desterrados que, expulsados de la “patria chica”, para casi todos ellos la única patria, extraños y mal mirados, deambulaban por todos los rincones del territorio nacional.
En las mañanas y tardes y atardeceres y noches siguientes, los hijos del Atrato, con los nervios en punta, sentían que sus muertos no se encontraban en paz. “Los velorios, el novenario, los alabaos, las oraciones, los adulatorios y los responsorios, rituales propios de los negros, se habían quedado sin realizar” Las “cantadoras”, sobre todo, sabían más que nadie lo que significaba pasar por alto esos protocolos mortuorios. “Los 48 niños masacrados, por otra parte, se habían quedado sin el ¨”guali”, esa costumbre africana, conocida también como “chiguala” en la que el cuerpo sin vida del pequeño es alzado de mano en mano mientras se canta, se baila y se juega con él”. (13) Era así como las Comunidades negras festejaban al niño que, muerto, se escapaba de la esclavitud. Ahora, no habían tenido la ocasión de festejarlos por haberse librado del infierno de la guerra.
Desde entonces y no obstante “Bojayá”, sus habitantes raizales no han perdido las esperanzas. Como escribió Apolonio Mendoza, “¿quién no ha perdido algo en la guerra? Algunos a la madre que no volverá con su cabello cenizo del fogón ardiente, otros al hijo que llevaba a pescar y nadar desde la primera mañana en que vio el Atrato y cientos al esposo repleto de risa en la tarde y viche en las noches... pero de nosotros depende que el encuentro con los que se fueron, no nos halle sentados en el mismo pilón de rabia, sembrados como tambos, dormidos sobre las hamacas de la venganza esperando que un dios terrible y sanguinario los convierta en el mismo olor nauseabundo que absorbía la alegría de Bellavista”. (14)
FUENTES
1. Ver
2. http: poetsagainstthewar.org//displaypoem.asp?AuthorID=19325$453077081 ;ver además, htpp://www.poetasdelmundo.com/verlnfo.asp?ID=950
3. Arboleda García, Javier, “Bojayá se en una Fosa común”, en, www.derechos.net//colombia/messages/512.ttml
4. Para esta reconstrucción de los hechos se trabajaron los siguientes documentos:htpp:elpaiscali.terra.com.co/historico/jul102005/NAL/A1810N1.html; Semana, los números correspondientes a mayo y junio del 2002; Dick, Emanuelson, “Los trágicos sucesos en la Iglesia de Bojayá” 22-5-92, http: //wwww.rebelion.org/plancolombia/emanuelson270502.htm; “Bojayá-Emergencia humanitaria en Escalada” , PCS INTERNAL Informe , 12-04-2005 , http://www.pcslatin.org/ ;OACNUDH , Informe sobre la Misión de Observación en el Medio Atrato, 20-05-2002 ; 5. Lancheros, Carolina y Rincón, Julián, “Bojayá 2002, un Pueblo entre el Miedo y los Medios”, en, Actualidad Étnica, PAE No 208, 23 de febrero de 2006, www.etniasdecolombia.org ; “El Medio Atrato: La Historia no contada, en Clave geopolítica” ,. http://www.nocheyniebla.org/casotipico/casobojayapdf .
5. Semana, No.
6.“La Bojayá que se está forjando”, en:
http://www.yaigos.com/guerrilleros/16790/
7. Informe de la OACNUDH, p.8
8. Lancheros, Carolina, relato citado.
9. Semana; Informe de la OACNUDH, pgs.8-9.
10. Semana,
11. Lancheros, Carolina, relato citado.
12. Arboleda García, Javier, relato citado.
13. Lancheros, Carolina, relato citado.
14. Mendoza, Apolonio, “Bojayá reflexiona”, 8-14-2005.
A T I S B O S A NA L I T I C O S No 65, Santiago de Cali, abril 30 de 2006, Humberto Vélez Ramírez, profesor del Programa de Estudios políticos, IEP, Universidad Valle ; miembro de REDUNIPAZ, Red de Universidades por la Paz y la Convivencia; Presidente de ECOPAIS, Fundación: *Estado *Comunidad *País: Director Ejecutivo, Aberto Villamizar , funecopais@gmail.com, Nuestro Lema: “Un nuevo Estado para un nuevo País.
Especial para:
osdelgad@urosario.edu.co
ntc, http: //ntcblog.blogspot.com
Ecopais-Atisbos Analíticos: http: //ecopais-atisbos.blogspot.com,
redyaccion@hotmail.com,
ATISBOS ANALITICOS No. 65
Nota Introductoria:
Estamos a una semana de “BOJAYA”...Los actores del conflicto continúan, unos exacerbando la guerra, otros realizando acciones militares de doloroso impacto sobre los civiles y unos terceros usando todas las formas de lucha aún dentro de la institucionalidad. Que la lectura de este CRONICA ETNOBÉLICA, que constituye un acápite de un texto borrador, sea una ocasión de meditación , así como un momento de decisión para contribuir a construirle a esta guerra una salida social y democrática.
BOJAYÁ COMO HISTÓRICA PERVERSIDAD BÉLICA
Por: Humberto Velez Ramírez*; humbertovelez@andinet.com
Canto 25
BOJAYÁ
“Aunque murió hace tantos años / por allí debe andar mi padre / ... / ...tan errante, / ....tan llovido: ...”Pablo Neruda
“ Nos metimos a la iglesia porque pensamos que allí Dios nos protegería.” Ernesto Ortiz, quien en Bojayá perdió a su esposa y a dos de sus cuatro hijos.
“¡Dios mío!, ¿qué hemos hecho?”. Exclamación, de rodillas, en Bojayá, de joven guerrillera, combatiente ... .
Negros, ya no vivos, - niños y grandes –
vuestra sangre, aguas abajo por el Río Atrato,
ha llegado a los confines de los mares.
En las playas del Africa,
en la cresta ahora rosada de las olas,
la ven y la sienten tus hermanos negros.
Lloran y, bravos, tocan duro sus tambores.
Negros y blancos, ya no vivos, de los pueblos de Colombia
–niños y grandes, inocentes y pecadores-
vuestra sangre, hermanada
con las aguas,
ha pintado las nubes.
Ha tinturado los hilos de la lluvia.
Agua-rosa caerá sobre la tierra entera,
de ese color serán las lluvias perennes del Chocó... .
Nos mojará y nos hará pensarnos.
Y buscar.
Y luchar.
Gabriel Ruiz, 26 de julio 2002 (2)
“Al Infierno no lo conoció Dante, lo conocieron los habitantes de Bojayá aquel 2 de mayo”. (Uno de los Médicos que atendieron la Emergencia)
Como necesaria advertencia académica importa precisar que la observación que permitió recoger esta información, fue hecha desde unos lugares reales y simbólicos precisos y que, por lo tanto, no es expresión objetiva del suceso. Sólo una mirada sistemática pero limitada tanto por la complejidad del drama como por ser ésa la naturaleza de toda observación no importa que el que la realice sea un investigador social.
Siete días después de “Bojayá”, el Padre Antún deshizo los pasos hasta su iglesia. Venía por su crucifijo. Ahora no era más que una reventada imagen nazarena. Al llegar, un perro negro grandote salió a recibirlo. El Cristo estaba sobre dos copones y un cáliz retorcidos. En menos de una semana la capilla se había convertido en un criadero de diminutos gusanos hediendo toda ella a podredumbre. (3) El padre Antún oficiaba como párroco-misionero de Bojayá. (4)
Bojayá, por extenso y selvático, es el único municipio colombiano que tiene su propia “capital”, el poblado de Bellavista. Bojayá es la zona rural y Bellavista el poblado. En esta Comunidad afro-colombiana, el 2 de mayo del 2002, fue masacrado o, en su integridad física afectado, el 20.9% de sus pobladores. Como decir que de 1100 habitantes, 119 fueron masacrados, entre ellos 48 niños-niñas, mientras que 114 sufrieron graves heridas. Un horrendo y horroroso y abominable genocidio, el más histórico por lo perverso, de la más perversa guerra en la historia contemporánea de América Latina.
Dos actores del conflicto armado, las Farc y los paramilitares, sin más miras que la de la más radical pugna por el control de territorios poblados, hicieron trizas el corazón, el de carne y el simbólico, de una humilde aldea perdida en la manigua. Y todo ocurrió en ausencia de un Estado autista cuyas fuerzas armadas se hicieron las de la vista gorda cuando los paramilitares transitaron sobre sus narices.
“Dios mío, ¿qué hemos hecho?” (5), se vio llorando a una joven guerrillera cuando, en las orillas del río Atrato, medio atisbó la barbaridad realizada. Mientras tanto, “yo no sabía si estaba muerta. No sentía nada”, vivenciaba en el interior de la Capilla católica San Pedro Apóstol, Luz Nelly, otra joven de 19 años, ésta sí una civil desarmada, cuando, atolondrada, descubrió a su mamá viva pero atrapada entre un alud de cadáveres.
En el Chocó, departamento al que pertenece Bojayá, miles de niños mueren antes de cumplir el año. Allí, en esa afro-colombiana región, el 70% de su medio millón de habitantes languidece entre la miseria del dólar diario y la indigencia que sólo almuerza cuando la desnutrición no le resta fuerzas para lanzar el anzuelo al río. Como decir, un infrapobre colectivo humano que, bajo otras condiciones de guerra, podría abrirse al discurso de la “revolución social” de las guerrillas o al de “la dignidad humana” de los paramilitares. Pero, en realidad de verdad, del Chocó a farianos y paracos sólo les interesaba el control territorial de la región. Por otra parte, en ese selvático y lluvioso departamento, dada su estratégica posición geopolítica, algún día las internacionales construirán un Canal interoceánico, complementario o alternativo al de Panamá, amén de que en él ya ha empezado a tomar forma la economía de palma africana, el futuro del país de acuerdo con la nueva distribución latinoamericana del trabajo impuesta por los Estados Unidos en el Tratado de Libre Comercio. Allí, pues, “la ampliación de la cerca latifundista corre al ritmo de los intereses de las multinacionales y de los grandes sectores económicos del país”, como se señala en el estudio de “Noche y Niebla”.
Las Farc llegaron al Chocó en la última década del siglo veinte. Venían a asentarse en el Atrato Medio, el río-madre de los chocoanos. Como fantasmas en radical rencilla, tras ellos se vinieron los paras. Sus pares, si no ideológicos, por lo menos sí metodológicos, de las maneras bárbaras de practicar la guerra, divorciadas casi siempre de unos mínimos de dignidad humana. Con el advenimiento de farianos y paracos - representación y realidad de enemigos a muerte- el telúrico y afectivo río se fue transformando en el cementerio de miles y miles de cadáveres insepultos. Fue así como el río por antonomasia, la realidad cultural más cercana al corazón de los negros, devino en una simple referencia geopolítica de esos dos actores del conflicto armado. Más acá de Bojayá y aguas abajo del río, desde Riosucio hasta el Urabá bananero, el control lo tenían los paramilitares; pero, más allá de Bojayá, aguas arriba hasta Quibdó, la capital del Chocó, al río lo controlaban las Farc. A las Comunidades chocoanas, las insurgencias le habían expropiado el río. Como había acaecido siempre en su vida cotidiana, ya no podían disponer de él a su amaño: Ni para orillarse a soñar; ni para la imprescindible pesca de subsistencia; ni para el obligado viaje fluvial; ni para la lúdica nadada cotidiana; ni para el íntimo amorío. Como rabió un raizal poblador, “el río es la vida para nosotros. Para un pueblo que pesca, siembra, lava, se transporta y recrea en el río, quitarnos el derecho a usarlo es arrebatarnos la vida misma y esto era lo que habían hecho con nuestro Atrato los guerrilleros y los paramilitares, nos recortaron la aletas de los sueños con las que todos los días navegábamos por sus aguas...Nuestra carretera está hecha de agua”. Y tan atávica y sólida es ésta colectiva representación fluvial que por donde quiera van corriendo las aguas del Atrato los pobladores se las van apropiando agregándoles un “dó”, palabra que significa “río” en dialecto Emberá, a su respectivo poblado, así: Bagadó, Bebedó, Buchadó, Curvaradó, Chintadó, Docampodó, Domingodó, Guaguandó, Juradó, Munbaradó, Opogodó, Profundó, Tadó, Tandó, Taridó, Torrendó, Tutunendó y Yerretruandó. (6)
Ya para las primeras semanas del nuevo milenio, el Chocó se había convertido, entonces, en un referente geopolítico de los proyectos estratégicos de paracos y farianos. Estos, bajo la inspiración de Noel Matta, alias “el Viejo Efraín”, otro de los históricos de las Farc, buscaban instalar en la zona la más sólida retaguardia. Primero, como base para jalonar una contraofensiva orientada a recuperar el Urabá bananero, viejo santuario de los hombres de “tiro fijo”, de donde los había expulsado Carlos Castaño, el jefe de los paramilitares; segundo, para tomarse por asalto los corredores del narcotráfico hacia el Pacífico exterior y, finalmente, para asegurarse el abastecimiento diario desde Panamá. Pero, fueron los paramilitares, que no el Estado, los que decidieron atravesárseles en el camino. Se vinieron, entonces, hasta Vigía del Fuerte, una población, río Atrato de por medio, a 2800 metros de Bellavista. Pero, cosa extraña en esta historia de guerra, un teniente de la policía les advirtió,”no señores, les dijo, nosotros aquí somos la autoridad legítima y no necesitamos su apoyo”. Por las razones que fuesen, los paramilitares se marcharon. En marzo del 2000, los farianos llegaron a Vigía del Fuerte. Venían en busca de “algo”. Mataron 21 policías reteniendo a otros 10 y, de casa en casa, sacaron a 8 civiles. Era por ellos que venían, dizque “por auxiliadores de los paracos” y, arrodillados, los fusilaron en público. Pero, como también venían por “territorio poblado”, allí se quedaron. El 21 de abril del 2002, del norte regresaron los paramilitares. Eran unos 300 hombres pertenecientes al Bloque Elmer Cárdenas de las autodefensas de Córdoba y Urabá. Venían a recuperar la zona. “Partiendo desde Turbo, pasaron por Punta de Turbo (retén permanente de la Marina que exige la documentación y una requisa), siguieron por Riosucio (retén permanente de la Policía Nacional) y siguieron a BellaVista-Bojayá (retén permanente del Ejército”. (7) Fue así como seguros en sus pangas, bajaron el río Atrato en un viaje de tres días y de 220 kilómetros y nadie los vio pasar. Fue por eso por lo que, perplejo, Paco Nadal, periodista de El País de Madrid, se preguntó por CARACOL:” ¿Cómo pasaron siete pangas (embarcaciones) frente a una base de la Armada en Riosucio?
El día anterior, los farianos habían abandonado el casco urbano de Bellavista. Alfredo Pitayá, un negro grandote de 32 años a quien la movida le había parecido extraña, empezó a cavilar, “¿no me había dicho su Comandante apenas ayer, meditó, que como ellos mandaban en la población, de ella no se moverían?, aquí algo raro va a suceder”. Al día siguiente, la angustia se apoderó de su ánimo cuando vio ingresar a Vigía del Fuerte ese ejército de paramilitares. “Dios mío, se dijo, hemos quedado en vilo entre los dientes de la más peligrosa tenaza”. El 30 de abril el nominal Inspector de Policía de Bellavista, Luis Eduardo Mosquera, buscó al Comandante de los paracos para advertirle que la Comunidad era neutral. Aquel se limitó a decirle, “tranquilo, hombre, que a ustedes nada les va a pasar”. En esa declaratoria exigían “respeto por los lugares de habitación y por los sitios de encuentro de la población civil “. Esa postura de neutralidad habían empezado a construirla desde 1999 cuando los paras, junto al cooperante vasco Iñigo Egiluz, asesinaron al padre Jorge Luis Mazo mientras le repartía alimentos a la población. (8)
En cuestión de horas dos mil farianos, con la manigua como trinchera selvática, blindaron a los paramilitares alrededor de un espacio que cubría el círculo que encerraba las dos poblaciones. Para los farianos, Bellavista y Vigía del Fuerte eran su escudo humano mientras que para los paracos lo era el primer poblado.
Como en un relato garcíamarquiano, el de Bojayá había sido un pueblicidio anunciado. Ocho días antes, el Defensor del Pueblo había oficiado a las autoridades nacionales competentes que 300 paramilitares avanzaban hacia Bojayá para disputarles a las Farc el control socioterritorial sobre la zona. Desesperado ante el apabullante silencio de todas ellas, el 2 de mayo re-ofició reiterando y advirtiendo y ese mismo día 119 humildes colombianos fueron masacrados viniendo enseguida la ira nacional, así como la más aterrada reacción de la opinión pública internacional. Los oficiados, entonces, ahora sí con la más inútil de las prisas, se deshicieron en condenas, defensas y excusas. Que dada la ola invernal desplomada sobre esa selvática región, los helicópteros no habían podido llegar, dijeron los primeros. Esto no obstante, nadie pudo explicar por qué y cómo, a pesar de la manigua y la lluvia y la neblina, en la burda pista de Vigía del Fuerte en esos días había aterrizado la avioneta de alias “el Alemán”, uno de los jefes de los paramilitares. Que dada la dificultad para reagrupar tropas, habría sido un suicidio enviar 200 0 300 soldaditos a enfrentar a más de 2000 insurgentes, manifestaron unos segundos. Que, aunque ya definido, el sistema de alarmas ese día había fallado, que las alertas se habían quedado enredadas entre jerarquía y jerarquía, en fin, que todavía no se había precisado a qué institución le correspondía supervisar que los responsables actuaran, fue lo que apuntaron unos terceros. (9) La verdad fue que en la época de las comunicaciones al segundo, el Estado, como realidad militar, tardó cinco días en llegar desde Bogotá hasta Bojayá. Cansado llegó a las 6pm del 7 de mayo en un buque nodriza del Ejército colombiano.
A las seis de la mañana del 1 de mayo los paras se vieron sorprendidos con los primeros disparos de la guerrilla. Uno de ellos atravesó a su Comandante “Ca- milo” cuando regresaba de Vigía del Fuerte donde la Comunidad le había advertido su autonomía. En escaramuzas se fue yendo el día. Bajo el liderazgo claro y comprometido de tres sacerdotes católicos, unas 300 personas se refugiaron bajo las alas protectoras de la capilla de San Pedro Apóstol. Contra toda realidad bélica, se representaban que donde los dioses habitaban, las balas no entraban. En muchas partes, es común ver un aviso que, colgado de la puerta de la Iglesias, reza, “siga, pero sin el perro”. En Bojayá, en contraste, a la gente la esperanzaba la advertencia explícita que se leía a la entrada de su capilla, “siga, pero sin armas”. De los otros 800 pobladores, unos pocos se acomodaron en la Casa cural, así como en el convento de las Hermanas Agustinas mientras que otros, los más desesperados, cogieron río arriba o río abajo o vadearon el Atrato hasta Vigía del Fuerte. Un grupo amplio, los más baquianos, se internó en la manigua. En una casa de madera del poblado, solitario, permaneció un corazón petrificado: Dionisio Valencia que, la noche anterior, había soñado que “estábamos en una casa y las llamas nos rodeaban y no nos dejaban salir”, se acurrucó a rezar en un rincón de su choza durante 28 horas. (10)
La masacre se inició en forma el 2 de mayo a las seis de la mañana. Hacia las diez, un grupo de paramilitares se atrincheró alrededor de la capilla. A una distancia de unos cien metros, los farianos lanzaron tres cilindros de gas. El primero cayó sobre una edificación cercana. El segundo se fue más allá del puesto de salud. Pero, el tercero, el desgraciado tercero, cortó el espacio, hizo con las tejas de eternit del techo de la capilla un montón de afilados cuchillos que, rebanando todo lo que encontraban a su paso, rostros, desesperos, cuellos, terrores, pechos, bramidos, brazos, angustias, piernas, gritos, rabias, vientres, le oficiaron al Cristo del altar 119 víctimas, entre ellas 48 victimitas, niños y niñas, que todavía no habían aprendido a odiar. Fue ése el sangriento oficio del ritual perverso de la guerra. Atropellándose unos a otros, los pocos sobrevivientes, unos 70 de los 300, arrastraron a sus heridos en feroz carrera con la esperanza de que su telúrico y adorado río los salvara. “Lo que vino después, se lee en el relato etnográfico de Carolina Lancheros, fue horrendo: gente desmembrada buscando la salida. Llantos, gritos y angustia. Los que apenas se daban cuenta que estaban vivos reaccionaban y huían despavoridos. En medio del caos, el padre Antún vio a un hombre sin cabeza caminar por el centro de la iglesia y, perplejo, invocó a Dios y al ánima de su madre muerta dos meses atrás. (11) Sobre la improvisada marcha Luis Eduardo Mosquera improvisó un trapo blanco que entregó al Padre Antún, quien en pleno territorio de guerra en caliente, prefiguró la más inédita e histórica movilización de la población civil: “¿Quiénes somos? Población civil. ¿Qué exigimos? Respeto por la Vida”, eso fue lo que medio alcanzaron a vociferar a sus victimarios las aplastadas víctimas de la guerra.
Al llegar al río, en las pangas de los paracos y en canoas plataneras trataron de cruzarlo pero, en medio del enredo, la desesperación, el desaliento y las limitaciones de embarque, el río no les alcanzó. Habían olvidado que el Atrato ya no les pertenecía. También algunos guerrilleros rasos, avergonzados, facilitaron el traslado en bote de algunos heridos hasta Vigía del Fuerte. “Les ví gestos de dolor, también les ví lágrimas, pero el daño ya estaba hecho”, recordó Julio César quien, en ese momento, bañado en sangre, cargaba a un niño con una esquirla enterrada en su estómago. Pero, recuperemos a Luz Nelly, quien hallándose cerca de la puerta, alcanzó a abrirla cuando la tercera pipeta hizo de la capilla una densa nube de polvo blanco. Ella iba encabezando aquel desfile de mutilados cuando el recuerdo de su madre la volteó en dificultosa reversa: al ver que nada le había pasado, quise ayudar: “ví gente correr sin un pie o sin una mano, ensangrentada y mutilada y me propuse sacar los niños, no sé cómo hice, pero los cogí como racimos de plátano...Los niños llevaron la peor parte, no sólo murieron 48, si no que había que verlos correr, gritar e incluso llorar encima de los cadáveres de sus padres”. (12)
Abandonados por su río, muchos se internaron en la manigua. Aturdida, al ver pasar aquel ejército de mutilados, la joven guerrillera, acodada sobre la culata del fusil, no cesaba de llorar, “Dios mío, ¿qué es lo que hemos hecho?”. Ya en la manigua, empujándolos para que nadie se quedara, iba el padre Janeiro Jiménez Atencio. Cuando se topaban con un paraco o con un fariano, de rodillas les suplicaban que no los mataran, que tuviesen compasión, que ellos no estaban con nadie, que eran una Comunidad neutral. Al Padre Janeiro que, vigilante, avanzaba por la cola, de un momento a otro la selva se le cerró evaporándose en el abismo de la manigua, de las ciénagas y los pantanos.
Los guerrilleros de las Farc todavía no sabían lo que había pasado. Por eso cuando apareció aquel ejército de gente semidesnuda, lisiada, mutilada no lo podían creer. El Comandante Chucho se limitó a decir que lamentaba el error. “Esto es la guerra, así de dura es la guerra”, dijo pensativo y, de inmediato, ordenó continuar la ofensiva. Desde tiempo atrás, escribió Julio César, “el dueño de las caudalosas aguas del Atrato se llamaba “chucho”, un comandante de las Farc que de tanto pensar en el futuro de los otros, decidió desaparecernos para que no sufriéramos y que cuando en Bojayá vio pasar la primera panga con sábanas blancas repletas de manos sin dueño y niños sin piel, sólo atinó a decirnos “metimos la pata” “.
El día 3 de mayo los paramilitares se replegaron a la selva, las Farc permanecieron en su sitio y las dos poblaciones quedaron vacías, Bellavista con sus cadáveres y Vigía del Fuerte con su miedo. Los combates postmasacre continuaron un poco alejados. En la mañana del 4 de mayo Lascario Miller le leyó al Comandante de las Farc lo que la Comunidad sobreviviente había decidido: “Después del repudiable hecho en el que fueron masacrados 119 hermanos”, como Comunidad neutral “les exigimos que se vayan para terminar de darles cristiana sepultura”. El Comandante guerrillero se limitó a reiterar, “lamentamos, lamentamos el error”. El sábado 5, una breve “tregua” permitió el aterrizaje de dos helipcóteros del Programa Aéreo de Salud de Antioquia, que se llevaron a las 18 personas más graves. El domingo 5 con 500 mercados la Iglesia llegó primero que el Estado. Para este día los combates habían arreciado en los alrededores. Al retar el miedo, un grupo conformado por sacerdotes y habitantes inició la recolección de cadáveres. Al ingresar al templo encontraron a un joven todavía vivo que había cumplido ya varios días con una varilla enterrada en el estómago. Había sobrevivido gracias a la curia de la loca del pueblo. De aquella que proclamaba tener más de 200 años y alrededor de 35 hijos. Ella que se sentía la madre de todos los negros, contó que esa noche “salvó personas y juntó cuerpos y cómo a veces, cuando no coincidían, juntó dos manos derechas o dos pies izquierdos, e incluso, intentó unir cráneos a las espinas dorsales”. A la orilla del río los fueron apilando en una embarcación. `Por irreconocibles, su identificación resultaba imposible. No había sobreviviente sin dolientes: nuestra ya conocida Luz Nelly había perdido cuatro tíos y cuatro primos; y a la familia Polanco Chaverra, de 25 miembros sólo le quedaban 3. El lunes 6, “triunfantes” ya las Farc, se terminó la recolección de cadáveres. En un lugar seco al sur de Bellavista abrieron una fosa que los acogió a todos. En dos bolsas de polietileno habían recogido los restos esparcidos por todos los rincones de la iglesia. El martes 7 llegó el Estado.
En los días siguientes los Eduardo Mosquera, los Dionisio Valencia, las Nelly Mosquera, los Padres Janeiros y los Lascano Miller, vale decir, los poquitos que no se habían ido o que, al irse, habían regresado, con los ojos enrojecidos y el alma colectiva en astillas contemplaron una interminable hilera de pangas y canoas cargadas de racimos humanos. En un interminable ir y venir, bajaban y subían todo el día por el río. Durante esa semana las Naciones Unidas contaron más de 30.000. Desenraizados, se sumaban a los dos millones de desterrados que, expulsados de la “patria chica”, para casi todos ellos la única patria, extraños y mal mirados, deambulaban por todos los rincones del territorio nacional.
En las mañanas y tardes y atardeceres y noches siguientes, los hijos del Atrato, con los nervios en punta, sentían que sus muertos no se encontraban en paz. “Los velorios, el novenario, los alabaos, las oraciones, los adulatorios y los responsorios, rituales propios de los negros, se habían quedado sin realizar” Las “cantadoras”, sobre todo, sabían más que nadie lo que significaba pasar por alto esos protocolos mortuorios. “Los 48 niños masacrados, por otra parte, se habían quedado sin el ¨”guali”, esa costumbre africana, conocida también como “chiguala” en la que el cuerpo sin vida del pequeño es alzado de mano en mano mientras se canta, se baila y se juega con él”. (13) Era así como las Comunidades negras festejaban al niño que, muerto, se escapaba de la esclavitud. Ahora, no habían tenido la ocasión de festejarlos por haberse librado del infierno de la guerra.
Desde entonces y no obstante “Bojayá”, sus habitantes raizales no han perdido las esperanzas. Como escribió Apolonio Mendoza, “¿quién no ha perdido algo en la guerra? Algunos a la madre que no volverá con su cabello cenizo del fogón ardiente, otros al hijo que llevaba a pescar y nadar desde la primera mañana en que vio el Atrato y cientos al esposo repleto de risa en la tarde y viche en las noches... pero de nosotros depende que el encuentro con los que se fueron, no nos halle sentados en el mismo pilón de rabia, sembrados como tambos, dormidos sobre las hamacas de la venganza esperando que un dios terrible y sanguinario los convierta en el mismo olor nauseabundo que absorbía la alegría de Bellavista”. (14)
FUENTES
1. Ver
2. http: poetsagainstthewar.org//displaypoem.asp?AuthorID=19325$453077081 ;ver además, htpp://www.poetasdelmundo.com/verlnfo.asp?ID=950
3. Arboleda García, Javier, “Bojayá se en una Fosa común”, en, www.derechos.net//colombia/messages/512.ttml
4. Para esta reconstrucción de los hechos se trabajaron los siguientes documentos:htpp:elpaiscali.terra.com.co/historico/jul102005/NAL/A1810N1.html; Semana, los números correspondientes a mayo y junio del 2002; Dick, Emanuelson, “Los trágicos sucesos en la Iglesia de Bojayá” 22-5-92, http: //wwww.rebelion.org/plancolombia/emanuelson270502.htm; “Bojayá-Emergencia humanitaria en Escalada” , PCS INTERNAL Informe , 12-04-2005 , http://www.pcslatin.org/ ;OACNUDH , Informe sobre la Misión de Observación en el Medio Atrato, 20-05-2002 ; 5. Lancheros, Carolina y Rincón, Julián, “Bojayá 2002, un Pueblo entre el Miedo y los Medios”, en, Actualidad Étnica, PAE No 208, 23 de febrero de 2006, www.etniasdecolombia.org ; “El Medio Atrato: La Historia no contada, en Clave geopolítica” ,. http://www.nocheyniebla.org/casotipico/casobojayapdf .
5. Semana, No.
6.“La Bojayá que se está forjando”, en:
http://www.yaigos.com/guerrilleros/16790/
7. Informe de la OACNUDH, p.8
8. Lancheros, Carolina, relato citado.
9. Semana; Informe de la OACNUDH, pgs.8-9.
10. Semana,
11. Lancheros, Carolina, relato citado.
12. Arboleda García, Javier, relato citado.
13. Lancheros, Carolina, relato citado.
14. Mendoza, Apolonio, “Bojayá reflexiona”, 8-14-2005.
A T I S B O S A NA L I T I C O S No 65, Santiago de Cali, abril 30 de 2006, Humberto Vélez Ramírez, profesor del Programa de Estudios políticos, IEP, Universidad Valle ; miembro de REDUNIPAZ, Red de Universidades por la Paz y la Convivencia; Presidente de ECOPAIS, Fundación: *Estado *Comunidad *País: Director Ejecutivo, Aberto Villamizar , funecopais@gmail.com, Nuestro Lema: “Un nuevo Estado para un nuevo País.
Especial para:
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